17 de noviembre de 2017

CARMINA BURANA,TEMPUS EST IOCUNDUM



CARMINA BURANA
Los Carmina Burana o Canciones de Benediktbeuern son una colección de 320 poemas que se remonta al siglo XIII, alrededor del año 1230.


Esta extraordinaria colección de poesía medieval fue descubierta en 1803 en el monasterio de Benediktbeuern en Baviera después de que fuera secularizado durante la Revolución Francesa. 




Monasterio de Benediktbeuern en Baviera



TEMAS DE LOS CARMINA BURANA

Los Carmina Burana incluyen cuatro categorías básicas de poemas. 

MORALIA CARMINA 
Poemas satíricos o moralizantes.

CARMINA VERIS ET AMORIS 
Canciones que celebran la primavera y el amor.

CARMINA LUSORUM ET POTATORUM 
Canciones para el juego y la bebida incluyendo versos goliardescos.

DIVINA CARMINA 
Poemas con contenido religioso.


EL CODEX BURANUS

Esta colección de poesía lírica se publicó por primera vez en 1847 como el Codex Buranus por el bibliotecario Andreas Schmeller.

El manuscrito del Codex Buranus consta de 112 hojas de vitela con unas medidas de 25x17cm, con ilustraciones y las letras capitales en colores.

Por su calidad se cree que fue destinado a una personalidad influyente y posiblemente perteneció la corte del obispo de Seckau (1231-1243).

Hoy en día, el manuscrito original se encuentra en la Biblioteca Estatal de Baviera en Munich. 

Los poemas individuales se identifican como CB seguido por un número.

TEMPUS EST IOCUNDUM, CODEX BURANUS 179

Aquí puedes escuchar una de las composiciones dedicadas al amor y a la primavera titulada Tempus est iocundum del Codex Buranus 179.





TEMPUS EST IOCUNDUM

Tempus est iocundum, o virgines!
modo congaudete, vos iuvenes!
O! o! totus floreo!

Iam amore virginali totus ardeo;
Novus, novus amor est, quo pereo!

Cantat philomena sic dulciter,
et modulans auditur; intus caleo.
O! o! totus floreo!

Iam amore virginali totus ardeo;
Novus, novus amor est, quo pereo!

Flos est puellarum, quam diligo,
et rosa rosarum quam sepe video.
O! o! totus floreo!


Iam amore virginali totus ardeo;
Novus, novus amor est, quo pereo!

Mea me confortat promissio,
mea me deportat negatio.
O! o! totus floreo!

Iam amore virginali totus ardeo;
Novus, novus amor est, quo pereo!

Mea mecum ludit virginitas,
mea me detrudit simplicitas.
O! o! totus floreo!

Iam amore virginali totus ardeo;
Novus, novus amor est, quo pereo!

Sile, philomena, pro tempore!
surge, cantinela, de pectore!
O! o! totus floreo!


Iam amore virginali totus ardeo;
novus, novus amor est, quo pereo!

Tempore brumali vir patiens,
animo vernali lasciviens.
O! o! totus floreo!

Iam amore virginali totus ardeo;
Novus, novus amor est, quo pereo!

Veni domicella, cum gaudio!
veni, veni, pulchra! iam pereo!
O! o! totus floreo!

Iam amore virginali totus ardeo;
Novus, novus amor est, quo pereo!
Novus, novus amor est, quo pereo!



LAS MINIATURAS DEL CODEX BURANUS 

El Codex Buranus contiene ocho miniaturas coloreadas de considerable interés.

La Rueda de la Fortuna  manuscrito Carmina Burana,
 (Biblioteca Estatal de Baviera, Clm 4660 f.1r)



La miniatura de la Rueda de la Fortuna que se inserta al comienzo del manuscrito retrata a Fortuna, la diosa romana del destino, que lleva una corona y un manto de armiño. y está sentada dentro de la rueda de la Fortuna, 
Alrededor de la rueda se muestran las cuatro etapas del ascenso y caída de un soberano. 
Al principio se supera la rueda, pero finalmente cae al suelo bajo sus rayos, simbolizando la fugacidad de poder y las vicisitudes del destino.


Escena de primavera, manuscrito Carmina Burana,

 (Biblioteca Estatal de Baviera)

Otra de las ilustraciones representa una alegre escena de la primavera con árboles, plantas y flores de diseños muy elaborados y caprichosos.

Entre la vegetación vemos animales variados, numerosas aves volando y posadas en los árboles y en la parte inferior de la ilustración, en el suelo se observan otros animales como un ciervo,  un león, un caballo o un conejo. 



Jugadores y bebedor,  manuscrito Carmina Burana,
 (Biblioteca Estatal de Baviera)

Otras miniaturas retratan escenas de taberna con juerguistas y bebedores y diversos personajes que juegan partidas a los dados, a juegos de mesa o al ajedrez.


Jugadores de dados,  manuscrito Carmina Burana,
 (Biblioteca Estatal de Baviera)

Además hay dos ilustraciones correspondientes a pasajes de la Eneida del poeta romano Virgilio. 
En una de las miniaturas se ve la escena del suicidio de Dido arrojándose a la llamas desde una torre de su palacio al verse abandonada por su amado y en la otra, situada debajo de la anterior, se representa la partida de Eneas que se aleja con sus guerreros en un barco.


Escenas de la Eneida de Virgilio,  manuscrito Carmina Burana,
 (Biblioteca Estatal de Baviera)


Y en otro de los folios, vemos el dibujo de dos amantes que acostados uno al lado del otro, se ofrecen un ramo de flores como prenda de amor.



Enamorados,  manuscrito Carmina Burana,
 (Biblioteca Estatal de Baviera)


LA POESÍA DE LOS CARMINA BURANA
Gran parte de la poesía lírica en los Carmina Burana es francamente pagana y sensual en su contenido. 
Son cantos goliárdicos de disfrute del amor,  la naturaleza y los sentidos,  unidos a elogios al amor, al juego o, sobre todo, al vino.
Sátiras a los poderosos sean reyes, eclesiáticos o civiles mezcladas con cánticos morales.

Bebedores,  manuscrito Carmina Burana,
 (Biblioteca Estatal de Baviera)

¿QUÉ SON LOS GOLIARDOS?





Uno de los personajes más curiosos de la Alta Edad Media europea es el del goliardo, una mezcla entre religioso y juglar. 

Los denominados clerici vagantes o goliardi pertenecían a los estratos más bajos de la jerarquía eclesiástica y se dedicaban a vagar por los caminos vendiendo su habilidad poética y musical a cambio de limosna.



Los goliardos eran clérigos que buscaban en la poesía juglaresca un medio de vida y, en ocasiones, una forma de pagar sus estudios, que realizaban aquí y allá hasta que en el siglo XIII al organizarse los estudios en las universidades perdieron su razón de ser.



Estos poetas se daban a sí mismos el nombre de goliardos afirmando en tono burlón que pertenecían a la “orden goliárdica”.



Los goliardos veneraban como santo patrón a un tal Obispo Golias, de origen incierto, al que muchos de ellos se refieren en sus obras.

Otros sostienen que la palabra goliardo deriva de gula, dada la glotonería y la afición por el vino que demuestran muchos de estos poetas o del personaje bíblico de Goliat que se asociaba al mal.






LA MÚSICA DE CARMINA BURANA DE CARL ORFF

La colección de poemas medievales Carmina Burana debe su popularidad actual al compositor alemán Carl Orff, quien escribió su famosa obra del mismo nombre usando los textos originales.

Carmina Burana es una cantata escénica del siglo XX compuesta por Carl Orff entre 1935 y 1936, utilizando como texto veinticuatro de los poemas medievales originales del Codex Buranus


Las canciones del Codex Buranus representan la colección más grande de textos latinos conservados de la Edad Media. 

Aquí puedes escuchar y ver el Carmina Burana de Carl Orff con la puesta en escena de Jean Pierre Ponnelle: 













3 de noviembre de 2017

DANTE ALIGHIERI, LA DIVINA COMEDIA

Dante en el exilio (circa 1860). Óleo atribuido a Domenico Peterlini


DANTE ALIGHIERI
Escritor italiano nacido en Florencia, en 1265, en el seno de una familia de la pequeña nobleza florentina. 

Es uno de los escritores más destacados de la literatura universal, apreciado por su espiritualidad y por su profundidad intelectual. 

Además fue filósofo y pensador político y teorizó sobre  literatura.

Es también conocido como "El Poeta Supremo"  o simplemente "El Poeta".

Acerca de su educación se conoce muy poco, aunque sus obras reflejan una vasta erudición que comprendía casi todo el conocimiento de su época.
En sus inicios ejercieron una gran influencia sobre él las obras del filósofo y retórico Brunetto Latini.

Biblioteca Medicea-Laurenziana, Plut. 42.19,
Brunetto Latino, IlTesoro, fol. 72 , sec.


Colaboró activamente en las luchas políticas de su tiempo, por lo cual fue exiliado de la ciudad donde nació. 
Fue un enérgico defensor de la unidad italiana. 

Dante está considerado como el padre de la lengua italiana.

Redactó varios tratados en latín sobre literatura, política y filosofía.

Desterrado de Florencia, vivió sus últimos años en Rávena, donde murió el 14 de septiembre de 1321 y allí está enterrado a pesar de que los florentinos reclaman sus restos mortales.





DANTE  Y BEATRIZ 
Primer encuentro de Dante y Beatriz por Raffaele Giannetti

El acontecimiento más importante de su vida, según su propio testimonio, fue conocer, cuando tenía nueve años, a  una niña llamada Bice o Beatriz Portinari a la que no volvería a ver hasta nueve años después.

Otra versión dice que Dante solo habría visto  a Beatriz una vez en su vida.

Beatriz por Marie Spartali Stillman, 1895

Beatriz pasaría a ser su musa durante toda su vida literaria y fue la mujer a quien amó y que exaltó como símbolo supremo de la gracia divina.
Dante y Beatriz por Salvatore Postiglione, 1906.

Es un modelo de la visión de la mujer como la donna angelicata.

La donna angelicata es un tópico literario que fue creado por G. Guinizelli y desarrollado por Dante. 
La mujer representa el símbolo de la perfección espiritual.

El amor de Dante por Beatriz fue ideal y, una vez fallecida esta, se transformó en veneración.

Dante encuentra a Beatriz en el puente de la Santa Trinidad por Henry Holiday, 1884.


Tras la muerte de Bice, Dante la bautizaría como Beatriz, cuyo nombre significa la Bienaventurada en latín, convirtiéndola en un símbolo de la fe y en su guía y protectora celestial.


A ella están dedicadas sus escritos la Vita Nuova y la Divina Comedia, su obra maestra.

Tras la muerte de Beatriz en 1290, Dante se sumió en un gran dolor.

Al año siguiente contrajo matrimonio con Gemma Donati con quien tuvo 4 hijos.



LA DIVINA COMEDIA

La Divina comedia está en la base del pensamiento moderno y culmina la visión medieval del mundo. 
Es una auténtica enciclopedia del saber medieval.
Está considerada como la mayor obra literaria compuesta en italiano y una obra maestra de la literatura universal.

Su argumento es el recorrido que hace Dante por el Infierno y el Purgatorio acompañado por el poeta romano Virgilio y por el Paraíso guiado por su amada Beatriz.
El viaje de Dante tiene un significado alegórico y se realiza en siete días, como la Creación, durante  la Semana Santa de 1300.Dante abandona el camino recto y, ayudado por Beatriz, intenta reconquistar la dignidad perdida: es un viaje de redención, de liberación, de camino a la salvación.
Beatriz guía  a Dante en el Paraíso. 
Miniatura, siglo XIV Escuela veneciana 

LA DIVINA COMEDIA Y EL NÚMERO TRES
La composición del poema se ordena según el simbolismo del número tres que evoca la Trinidad Sagrada, el Padre, el Hijo y Espíritu Santo.

Está dividida en tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso.
Son cien cantos: Uno introductorio y cada una de las tres partes cuenta con treinta y tres cantos. 
Los cantos están a su vez compuestos de tercetos que son estrofas que tienen tres versos.
La obra tiene tres personajes principales: 
Dante, que personifica al hombre. 
Beatriz, que  simboliza la fe.
Virgilio, que representa a la razón.

DANTE  Y VIRGILIO 
Dante y Virgilio en el infierno por William-Adolphe Bouguereau,1850.



Dante admiraba al gran poeta romano Virgilio y lo consideraba el mejor poeta de la historia, por eso como su maestro le quiso hacer un homenaje y hacerse acompañar de él, al igual que su amor ideal Beatriz, ambas figuras fueron fundamentales en su formación humana y literaria.

El poeta latino guía, consuela, da coraje y esperanza a Dante, y es su maestro y modelo. Es el ideal estético y nacional, pero también, aunque es un escritor pagano, es profeta del cristianismo.
Dante y Virgilio en el noveno círculo del infierno por Gustave Doré,1861.



29 de octubre de 2017

HOMERO, LA ILÍADA Y LA ODISEA


Homero y su lazarillo por William-Adolphe Bouguereau

HOMERO

Homero es un poeta griego al que se atribuye la autoría de dos obras maestras, la Ilíada y la Odisea, los dos grandes poemas épicos de la antigua Grecia.

La mayor parte de la tradición expresaba que Homero había sido el primer poeta de la Antigua Grecia.

La obra de Homero es la base sobre la que se sustenta la literatura occidental.
La biografía de Homero aparece rodeada del más profundo misterio, hasta el punto de que su propia existencia histórica ha sido puesta en tela de juicio. 

Homero por Auguste Leloir, 1841


En la figura de Homero confluyen realidad y leyenda. 

Conservamos muy pocos datos que tengan cierta fiabilidad sobre su vida.

Se lo sitúa en el siglo VIII a.C.
La tradición sostenía que Homero era ciego. 
El Himno homérico a Apolo delio menciona «que es un ciego que reside en Quíos, la rocosa»

La iconografía grecorromana nos lo representa como un anciano ciego.

Retrato de Homero 

Escultura en mármol de un 

original Helenístico del 200 a.C



Siete ciudades griegas, Colofón, Cumas, Pilos, Ítaca, Argos, Atenas, Esmirna y Quíos, se disputan su cuna. Pero la mencionada desde más antiguo es Quíos.
Vista aérea de la isla de Quíos


Homero escogió dos episodios de la Guerra de Troya como tema central de sus dos poemas. 

LA ILÍADA

En la Ilíada se narra el último año de la Guerra de Troya, aunque el episodio central sea la disputa entre dos héroes griegos: Aquiles y Agamenón.

LA ODISEA

La Odisea relata las aventuras de Ulises  en el viaje de regreso desde Troya hasta su patria, Ítaca, y el castigo que inflige a los pretendientes de su esposa, Penélope.



La apoteosis de Homero por Ingres

28 de octubre de 2017

LAS MIL Y UNA NOCHES, EL ANGEL DE LA MUERTE Y EL REY DE ISRAEL

La favorita del pachá por Paul Emil Jacobs (1802-1866)


LAS MIL Y UNA NOCHES

Pocos libros son tan famosos a nivel mundial como Las mil y una noches, una recopilación de cuentos del Oriente medieval narrados, supuestamente, por una joven sultana llamada Sherezade. 

La traducción de Antoine Galland de Las mil y una noches fue la primera gran obra en árabe que consiguió éxito fuera del mundo musulmán. 

Es posible que relatos tan conocidos como Aladino y la lámpara maravillosa o Las aventuras de Simbad el marino pertenezcan también a Las mil y una noches, aunque su origen tampoco está exento de debate. 

Otros relatos famosos son Alí Babá y los cuarenta ladrones y Las babuchas fatídicas.



EL ÁNGEL DE LA MUERTE Y EL REY DE ISRAEL

Se cuenta de un rey de Israel que fue un tirano. Cierto día, mientras estaba sentado en el trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta de palacio; tenía la apariencia de un pordiosero y un semblante aterrador. Indignado por su aparición, asustado por el aspecto, el rey se puso en pie de un salto y preguntó:

—¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ha mandado venir a mi casa?

—Me lo ha mandado el Dueño de la casa. A mí no me anuncian los chambelanes ni necesito permiso para presentarme ante reyes ni me asusta la autoridad de los sultanes ni sus numerosos soldados. Yo soy aquel que no respeta a los tiranos. Nadie puede escapar a mi abrazo; soy el destructor de las dulzuras, el separador de los amigos.

Cuando oyó estas palabras, el rey cayó al suelo, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo y quedó sin sentido. Al volver en sí, dijo:

—¡Tú eres el Ángel de la Muerte!

—Sí.

—¡Te ruego, por Dios, que me concedas el aplazamiento de un día tan sólo para que pueda pedir perdón por mis culpas, buscar la absolución de mi Señor y devolver a sus legítimos dueños las riquezas que encierra mi tesoro; así no tendré que pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo!

—¡Ay! ¡Ay! No tienes medio de hacerlo. ¿Cómo te he de conceder un día si los de tu vida están contados, si tus respiraciones están inventariadas, si tu plazo de vida está predeterminado y registrado?

—¡Concédeme una hora!

—La hora también está en la cuenta. Ha transcurrido mientras tú te mantenías en la ignorancia y no te dabas cuenta. Han terminado ya tus respiraciones: sólo te queda una.

—¿Quién estará conmigo mientras sea llevado a la tumba?

—Únicamente tus obras.

—¡No tengo buenas obras!

—Pues, entonces, no cabe duda de que tu morada estará en el fuego, de que en el porvenir te espera la cólera del Todopoderoso.

A continuación le arrebató el alma y el rey cayó del trono al suelo.

Se oyeron los clamores de sus súbditos; se elevaron voces, gritos y llantos; pero si hubieran sabido lo que le preparaba la ira de su Señor, los lamentos y sollozos aún hubiesen sido mayores y más y más fuertes los llantos.

Las mil y una noches (Noche 463)



27 de octubre de 2017

LAS MIL Y UNA NOCHES, LAS BABUCHAS FATÍDICAS


LAS MIL Y UNA NOCHES
Las mil y una noches es una famosa recopilación medieval en lengua árabe de cuentos tradicionales del Oriente Medio.

Los cuentos de Las mil y una noches  son de origen indo persa y utilizan la técnica del relato marco y los relatos enmarcados.
El relato marco es la historia del Sultán Schariar, quien después de haber sido traicionado por su esposa y siendo testigo de varias infidelidades por parte de las mujeres, decreta que todos los días al atardecer se casará con una mujer diferente la cual será ejecutada la mañana siguiente.

La hermosa e inteligente Scherezade, hija de un ministro, está dispuesta a llevar a cabo un arriesgado plan con la ayuda de su hermana pequeña Dinazade para terminar de una vez con tal crueldad.

Tras casarse con el sultán y pasar con él la noche, la bella Sherezade, a petición de Dinazade que ha acudido a despedirse de ella, le contará un cuento a su esposo que dejará inconcluso al llegar el alba. 

El sultán deseoso de escuchar el final de las historias, irá perdonando la vida de su joven esposa todas las noches hasta que finalmente se enamora de ella y, al cabo de mil y una noches, le perdona la vida.
Estos cuentos que va narrando Sherezade noche tras noche, siempre interrumpidos al amanecer en su momento más interesante para ser completados a la noche siguiente, son los relatos enmarcados. 


LAS BABUCHAS FATÍDICAS

Hubo una vez en El Cairo un boticario que era casi tan famoso por su riqueza como por su tacañería. De Abu Kásim se decía que había nacido con los brazos demasiado cortos, por­que las manos nunca le llegaban a los bolsillos. «¿Para qué sirve el dinero si no es para gastarlo y dárselo a quienes no lo tienen?», piensa la mayoría de la gente. Sin embargo, Abu Ká­sim prefería enterrar su dinero o esconderlo en los armarios. Tal vez creía que, si el dinero se entierra, germina en un ár­bol que da monedas en lugar de frutos, o quizá pensaba que el oro sirve para perfumar la ropa guardada en los cajones.


Pero, precisamente a causa de su tacañería, la ropa de Abu Kásim no tenía nada de perfumada. ¡Bien al contrario! El bo­ticario se había pasado la mitad de su vida con los mismos calzones, que remendaba una y otra vez, y se bañaba con la camisa puesta para no tener que enviarla a la lavandería. Con todo, eran sus babuchas las prendas que mejor refleja­ban la tacañería del boticario. Abu Kásim las había llevado durante veinte años. Para gastar lo menos posible, cada vez que se le agujereaban las remendaba con tiras de cuero suje­tas con clavos de cabeza redonda, por lo que sus pies parecían una pareja de armadillos, y las suelas de sus babuchas eran tan gruesas como el cráneo de un rinoceronte.


Con el tiempo, las babuchas de Abu Kásim sirvieron como punto de comparación en las casas y los salones de El Cairo. La gente decía: «Esta sopa es tan densa como la babucha iz­quierda de Abu Kásim» y «Los pasteles de mi suegra son tan pesados como las babuchas de Abu Kásim», o «Estos huevos huelen tan mal como la babucha derecha de Abu Kásim» o «Ese chiste es tan viejo como las babuchas de Abu Kásim». Dicho en pocas palabras: todo el mundo en El Cairo conocía a fondo el calzado de Abu Kásim y la razón por la que sus babu­chas eran tan grandes y pesadas.


Una mañana muy agradable de principios del verano, el boticario decidió darse su baño turco de todos los años. Al lle­gar al hammam, Abu Kásim iba radiante de felicidad, pues el sol de aquel día maravilloso le parecía una enorme moneda de oro y los arneses relucientes y tintineantes de los came­llos le recordaban las monedas al chocar entre sí.


Tras dejar sus babuchas en el escalón de entrada de los ba­ños y confiar su túnica al dueño del hammam, Abu Kásim per­mitió que los esclavos de los baños le hicieran sudar como un cerdo, le rasparan las muchas capas de roña que llevaba pe­gadas al cuerpo, lo dejaran en remojo durante un buen rato y lo perfumaran. Cualquier persona con menos presencia de áni­mo o resignación hubiera evitado aquella repugnante tarea, pero los esclavos del baño turco se enorgullecían de conseguir lo imposible. Y no hay duda de que aquel día lo lograron, pues Abu Kásim salió de los baños más limpio que el oro.

Mientras tanto, un rico mercader que acababa de regresar de Persia decidió visitar el hammam para relajarse después de tan largo viaje. Así que ató sus mulas y camellos en la puerta y dejó sus babuchas en el escalón que daba entrada a los baños, donde estaba el calzado de Abu Kásim. Al verlo, el mercader le dijo al dueño del hammam:

–No pienso compartir baño con el puerco de Abu Kásim, así que ponme en uno distinto al suyo. Y, si me permites un consejo, quita de la entrada sus apestosas babuchas, pues de lo contrario ahuyentarás a todos tus clientes.

El dueño de los baños pensó que el mercader tenía razón, así que decidió esconder las malolientes babuchas de Abu Ká­sim. Como le daba asco tocarlas, se valió de un largo palo pa­ra levantarlas, y después las depositó en un extremo de la ga­lería, donde nadie pudiera verlas.

Cuando Abu Kásim salió de los baños, no encontró sus babuchas en el escalón de entrada, sino las del mercader, que eran nuevas, y muy bonitas, pues habían sido confeccionadas con piel de becerro y con la mejor seda de China.

–¡Milagro! –exclamó–. Alá sabía que siempre he querido tener unas babuchas como éstas y que estaba dispuesto a comprármelas en cuanto me lo pudiese permitir. Por eso ha obrado un milagro y ha transformado mis viejas babuchas en estas dos preciosidades. ¡Gloria a Alá, que ha decidido aho­rrarme unos buenos dineros con su infinita sabiduría!

Después de calzarse las babuchas del mercader, que le iban como anillo al dedo, Abu Kásim regresó corriendo a su casa, donde su cocinera estaba preparando la comida. «¡Qué extraño!», se dijo la buena mujer. «¡Es la primera vez en treinta años que no he oído los pasos de mi amo mientras se acercaba por la calle!».

Mientras tanto, el mercader salió de los baños, y no logró encontrar su calzado. Olfateando el aire, se dio cuenta de que las babuchas de Abu Kásim no estaban lejos, así que las bus­có hasta dar con ellas. Al encontrarlas en la galería, gritó con indignación:

–¿De modo que así es como ha hecho fortuna ese granuja de Abu Kásim: robando a las personas honradas? ¡Pues ahora mismo voy a darle su merecido!

De manera que el mercader regresó a su casa y les pidió a todos sus camelleros y esclavos que lo acompañaran a la boti­ca de Abu Kásim. Una vez allí, derribaron la puerta, agarraron al sorprendido avaro por el pescuezo y le dieron una bue­na paliza.

–¡Y ahora llamaré a los alguaciles –dijo el mercader–, tendrás que pasar unos cuantos meses en la cárcel! Los alguaciles no tardaron en llegar.

–Solo mantendremos la boca cerrada –le dijeron a Abu Kásim– si nos entregas diez mil dinares. De lo contrario, te llevaremos ante el cadí y él te dará el castigo que mereces. ¡Así se te acabarán las ganas de ir por ahí robándoles las ba­buchas a las personas honradas!

De modo que Abu Kásim tuvo que desprenderse de diez mil dinares para que los alguaciles le dejaran en paz.

–Y, por lo que a mí respecta –le dijo el mercader al marcharse–, ¡puedes quedarte con tus apestosas babuchas! Y se las tiró a la cabeza.

Abu Kásim empezó a sollozar.

–¡Todo esto es por culpa vuestra! –les gritó a sus viejas babuchas, que, como es lógico, no se defendieron–. ¡No quie­ro veros nunca más!

Así que Abu Kásim las lanzó con todas sus fuerzas por encima de la tapia de su jardín. Pero el destino quiso que las ba­buchas fueran a caer sobre una anciana que pasaba por la ca­lle. Como eran dos armatostes de cuidado, la pobre mujer que­dó tan aplastada como una galleta.

Cuando los familiares de la viejecilla supieron lo ocurrido, corrieron entre llantos e insultos a la calle de Abu Kásim. –¡Asesinos, asesinos!– gritaban.

Al poco rato, llegaron los alguaciles.

–¡Aquí está el arma del delito! –exclamó uno de ellos al descubrir junto a la anciana muerta las babuchas de Abu Ká­sim–. ¡Ese maldito boticario es el asesino!

En aquel preciso instante el tacaño salió de su botica para pedirle a la gente que dejase de alborotar, pues los gritos le impedían concentrarse en su trabajo.

––¡Ahí está el criminal! –gritaron los alguaciles.

De modo que ataron al boticario con cadenas y se lo llevaron a la cárcel.

El juicio se celebró aquella misma tarde. Los parientes de la anciana muerta reclamaron que Abu Kásim fuese condenado a muerte, pero una ley de El Cairo fijaba el valor de una vida en veinte mil dinares, así que el boticario pudo evitar la horca pagando aquella elevada suma.

Pero, como comprenderéis, para Abu Kásim fue tan doloroso desprenderse de veinte mil dinares como recibir veinte mil azotes o veinte mil picaduras de avispa. El boticario se pasó todo un día aullando de dolor y pateando sus antiguas babu­chas para castigarlas hasta que al fin le sangraron los pies. Después, se dirigió con ellas a la orilla del Nilo y las arrojó a la corriente del río con la esperanza de no volver a verlas nunca más.

Las babuchas flotaron río abajo, pero el hedor que despedían era tan infecto e insoportable que los peces morían as­fixiados y quedaban panza arriba en el agua. Al cabo, los dos trastos quedaron atrapados en las redes de un pescador tan fuerte como un toro, pues estaba acostumbrado a arrastrar redes llenas de atunes sin ayuda de nadie.

–¡Maldita sea! –exclamó el pescador al ver que los clavos de las babuchas se habían enganchado entre las redes y las había roto–. ¡Diez mil maldiciones para ese perro miserable de Abu Kásim!

Y es que el pescador habría sido capaz de reconocer las babuchas del boticario entre un millón de babuchas distintas.

Después de arrastrarlas hasta la orilla, el pescador se dirigió con ellas a la botica de Abu Kásim.

–¡Aquí tienes tus repugnantes babuchas! –le dijo.

Abu Kásim miró con pavor aquellos dos monstruos que chorreaban agua, pero quedó especialmente aterrado por el corpachón del pescador, que parecía capaz de levantar en vilo treinta caballos con cada una de sus manos. Como nadie pue­de escapar del destino que Alá le impone, Abu Kásim tuvo que soportar que el pescador lo agarrara por los pies y se de­dicara a ablandar su cabeza contra la puerta de la botica del mismo modo que ablandaba los calamares y los pulpos contra las rocas del Nilo.

–¡Y ahí tienes tus dos porquerías! –dijo el pescador a mo­do de despedida, al tiempo que lanzaba las babuchas de Abu Kásim contra las estanterías de su botica y destrozaba multitud de botes de valiosos minerales y hierbas.

Abu Kásim tardó varias horas en recuperarse de los golpes recibidos. Cuando al fin pudo levantarse, arrastró las babuchas hasta el jardín y cavó un agujero para enterrarlas.

–¡Que Dios se vengue cumplidamente de vosotras, monstruos despiadados!– les decía entre sollozos–. ¡Nunca más volveréis a perjudicarme!

Al oír los gritos de Abu Kásim, los vecinos se asomaron a las ventanas y descubrieron al boticario cavando una fosa en su jardín. Como ya era de noche, pensaron: «Ese viejo avaro ya no sabe dónde esconder su dinero. Seguro que se le han acabado las tablas del suelo y ahora ha decidido enterrar sus monedas en el jardín, pues de lo contrario no se pondría a ca­var a estas horas».

Cuando Abu Kásim despertó a la mañana siguiente y se asomó por la ventana de su dormitorio, se encontró en su jar­dín con una muchedumbre provista de picos y palas. Eran personas de todas las edades, razas y calañas, que estaban cavando con furia en su jardín en busca del tesoro escondido y habían arrasado con todas las plantas medicinales de Abu Ká­sim. Niños de corta edad zarandeaban montones de tierra en cedazos de metal, y zahoríes con ramitas curvas en la mano iban y venían por los surcos de su melonar.

––¡Buscad, buscad! –les decía un padre de familia a hijos–. ¡Seguro que el dinero no debe estar muy abajo! –¡Escuchadme, por favor! –gritó Abu Kásim desde la ventana–. ¡No vais a encontrar dinero en el jardín! ¡Lo único que he enterrado son mis babuchas!

Pero nadie le hizo caso. Por eso el boticario tuvo que bajar al jardín y desenterrar las babuchas.

–¿Veis como no os engañaba? –dijo.

–Muy bien –respondió un hombre alto y fuerte como un elefante–. Pero, ¿no creerás que vamos a irnos de aquí con las manos vacías? Tendrás que pagarnos una moneda de oro a cada uno por las molestias que nos has causado.

Abu Kásim comprendió que debía pagar si no quería ser linchado por aquella multitud, así que tuvo que desprenderse de ciento cincuenta y cuatro monedas de oro para perder de vista a los hombres, las mujeres y los niños que habían inva­dido su jardín.

«¡No puedo más!», lloriqueó el boticario. «¡He de librarme de estas malditas babuchas como sea, o acabarán por arruinarme la vida!». De modo que se alejó de El Cairo en busca de un lugar donde hacerlas desaparecer. Después de caminar mu­chas leguas, encontró una presa que le pareció apropiada pa­ra arrojar sus malhadadas babuchas.

–¡Hasta nunca! –gritó mientras las lanzaba al agua con verdadera rabia.

Pero, por desgracia, al otro lado de la presa había un molino. Cuando las compuertas de la presa se abrieron, las viejas babuchas se acercaron a la rueda del molino y quedaron en­ganchadas en ella. Como aquellos dos armatostes tenían el grosor del cráneo de un hipopótamo, acabaron por destrozar el engranaje del molino, que se paró de golpe. Cuando el moli­nero examinó la maquinaria para averiguar el origen de la avería, descubrió las infaustas babuchas de Abu Kásim.

–¿Así que todo es culpa de ese boticario de tres al cuarto? –se dijo, comprendiendo lo que había sucedido.

Todo el mundo sabe que los molineros no se andan con chiquitas. Son gente de hombros anchos y con el cuerpo más re­cio que el de una ballena, ya que se han pasado la vida levan­tando sacos de trigo. Cuando el molinero encontró a Abu Ká­sim a la orilla de la presa, lo levantó en vilo como si fuera mi monigote y lo arrojó sin piedad al agua.

Por fortuna, los alguaciles llegaron antes de que Abu Ká­sim pereciera ahogado, pero lo obligaron a pagar los daños causados en el molino.

–Y eso no es todo –dijo el capitán de los alguaciles–, porque, si no me entregas ahora mismo treinta dinares, te de­nunciaré ante el cadí y acabarás tus días en la cárcel.

De modo que Abu Kásim tuvo que deshacerse de las últimas monedas que le quedaban.

–¡Y llévate contigo tus babuchas! –dijo el molinero.

Abu Kásim miró aquellos dos trastos y dijo entre sollozos: 

–Desventuradas, malditas, eternas babuchas, causantes de todas mis desgracias, ¿vais a seguir llevándome a patadas has­ta la tumba?

Decidido a librarse de una vez por todas de su calzado, Abu Kásim se presentó aquella misma tarde ante el cadí y, agitando las dos babuchas sobre su cabeza, exclamó entre lágri­mas pero con voz firme:

–Delante de testigos anuncio, y quiero que la noticia se sepa por todas las regiones del Nilo, que acuso a mis babu­chas de maldad y premeditación y declaró solemnemente que las repudio. De hoy en adelante no tendré trato alguno con ningún tipo de calzado, sea el que sea. Abu Kásim ya no es propietario de ninguna babucha. Éstas dos me han dejado sin dinero, pero ¿qué más da? ¡Ahora solo quiero perderlas de vista! Por eso ruego a su señoría que en adelante no considere a Abu Kásim responsable de las fechorías que pueda come­ter cualquier tipo de calzado.

Acto seguido, Abu Kásim dejó caer las babuchas delante del cadí y se marchó corriendo, descalzo, maldiciendo a toda la tribu de los zapatos, así como a la familia de los borceguíes, las abarcas, las alpargatas, las zapatillas y las almadreñas, mientras, en la sala del tribunal, el cadí se reía tanto y con tanta fuerza que acabó por caerse del estrado.

FIN