28 de octubre de 2017

LAS MIL Y UNA NOCHES, EL ANGEL DE LA MUERTE Y EL REY DE ISRAEL

La favorita del pachá por Paul Emil Jacobs (1802-1866)


LAS MIL Y UNA NOCHES

Pocos libros son tan famosos a nivel mundial como Las mil y una noches, una recopilación de cuentos del Oriente medieval narrados, supuestamente, por una joven sultana llamada Sherezade. 

La traducción de Antoine Galland de Las mil y una noches fue la primera gran obra en árabe que consiguió éxito fuera del mundo musulmán. 

Es posible que relatos tan conocidos como Aladino y la lámpara maravillosa o Las aventuras de Simbad el marino pertenezcan también a Las mil y una noches, aunque su origen tampoco está exento de debate. 

Otros relatos famosos son Alí Babá y los cuarenta ladrones y Las babuchas fatídicas.



EL ÁNGEL DE LA MUERTE Y EL REY DE ISRAEL

Se cuenta de un rey de Israel que fue un tirano. Cierto día, mientras estaba sentado en el trono de su reino, vio que entraba un hombre por la puerta de palacio; tenía la apariencia de un pordiosero y un semblante aterrador. Indignado por su aparición, asustado por el aspecto, el rey se puso en pie de un salto y preguntó:

—¿Quién eres? ¿Quién te ha permitido entrar? ¿Quién te ha mandado venir a mi casa?

—Me lo ha mandado el Dueño de la casa. A mí no me anuncian los chambelanes ni necesito permiso para presentarme ante reyes ni me asusta la autoridad de los sultanes ni sus numerosos soldados. Yo soy aquel que no respeta a los tiranos. Nadie puede escapar a mi abrazo; soy el destructor de las dulzuras, el separador de los amigos.

Cuando oyó estas palabras, el rey cayó al suelo, un estremecimiento recorrió todo su cuerpo y quedó sin sentido. Al volver en sí, dijo:

—¡Tú eres el Ángel de la Muerte!

—Sí.

—¡Te ruego, por Dios, que me concedas el aplazamiento de un día tan sólo para que pueda pedir perdón por mis culpas, buscar la absolución de mi Señor y devolver a sus legítimos dueños las riquezas que encierra mi tesoro; así no tendré que pasar las angustias del juicio ni el dolor del castigo!

—¡Ay! ¡Ay! No tienes medio de hacerlo. ¿Cómo te he de conceder un día si los de tu vida están contados, si tus respiraciones están inventariadas, si tu plazo de vida está predeterminado y registrado?

—¡Concédeme una hora!

—La hora también está en la cuenta. Ha transcurrido mientras tú te mantenías en la ignorancia y no te dabas cuenta. Han terminado ya tus respiraciones: sólo te queda una.

—¿Quién estará conmigo mientras sea llevado a la tumba?

—Únicamente tus obras.

—¡No tengo buenas obras!

—Pues, entonces, no cabe duda de que tu morada estará en el fuego, de que en el porvenir te espera la cólera del Todopoderoso.

A continuación le arrebató el alma y el rey cayó del trono al suelo.

Se oyeron los clamores de sus súbditos; se elevaron voces, gritos y llantos; pero si hubieran sabido lo que le preparaba la ira de su Señor, los lamentos y sollozos aún hubiesen sido mayores y más y más fuertes los llantos.

Las mil y una noches (Noche 463)



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